Las puertas del cielo | Страница 22 | Онлайн-библиотека


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Al cabo de diez minutos, la esper levantó la vista.

—Existen indicios de telequinesis —dijo.

—Sólo indicios —corroboró el segundo esper—. Nada que los demás no tengan. También posee aptitudes mediocres de comunicación. Nos está diciendo que la matemos.

—Recomiendo la disección —dijo la chica—. Al sujeto no le importa.

Kirby se estremeció. Los dos indiferentes espers habían sondeado la mente de la tullida criatura, y ese simple acto debería haber bastado para conmover sus almas. Ver, durante un momento de empatia, lo que significaba ser una gárgola humana de trece años, mirar el mundo a través de aquellos ojos velados… ¡Pero aquellos dos iban directamente al grano! Ya habían fundido sus mentes con otras monstruosidades en más de una ocasión.

Vorst agitó una mano.

—Resérvenla para posteriores estudios. Tal vez se le pueda dar algún uso práctico. Si es un pirético, tomen las precauciones habituales.

El Fundador hizo girar su silla y se dispuso a abandonar el pabellón. En aquel momento entró corriendo un acólito que portaba un mensaje. Se quedó petrificado al ver a Vorst avanzando en su dirección. El Fundador sonrió paternalmente y esquivó al muchacho, que expresó el mayor de los alivios.

—Un mensaje para usted, coordinador Kirby —dijo el acólito.

Kirby lo tomó y presionó el pulgar contra el sello. El sobre se abrió.

El mensaje era de Mondschein.

«LÁZARO ESTÁ DISPUESTO A HABLAR CON VORST», rezaba.

3

—Estuve loco durante unos diez años —declaró Vorst—. Más tarde descubrí cuál era el problema. Padecía oscilaciones temporales.

La esper le miraba con sus ojos redondos y pálidos. Estaban solos en los aposentos privados del Fundador. Era delgada, de miembros flojos, y tenía treinta años. Mechones de cabello negro caían como paja pintada a ambos lados de su cara. Se llamaba Delphine, y nunca se había acostumbrado a la franqueza de Vorst, a pesar de los meses que llevaba a su servicio. Tampoco tenía la menor posibilidad de lo contrario; cuando salía del despacho después de cada sesión, otros espers borraban sus recuerdos de la visita.

—¿Me sintonizo ya?

—Aún no, Delphine. En los momentos difíciles, cuando empiezas a recorrer la línea temporal y piensas que nunca regresarás al presente, ¿has creído que estabas loca?

—A veces da mucho miedo.

—Pero regresas. Ése es el milagro. ¿Sabes cuántos osciladores se han quemado? Centenares. Yo también me he quemado, pero soy un precog inferior. En aquel tiempo, sin embargo, era capaz de recorrer la línea temporal. Vi el futuro de la Hermandad. Llámalo visión, llámalo sueño. Lo vi, Delphine. Un poco borroso en los bordes.

—¿Tal como lo cuenta en su libro?

—Más o menos. En los años comprendidos entre 2055 y 2063, tuve las peores visiones. Empezó cuando yo tenía treinta y cinco años. Era un técnico ordinario, un don nadie, y entonces experimenté lo que podría llamarse una inspiración divina, sólo que era un atisbo de mi propio futuro. Pensé que me estaba volviendo loco. Más tarde, comprendí.

La esper guardó silencio. Vorst entornó los ojos. Los recuerdos asaltaron su mente. Después de años de caos y colapso internos, había salido del crisol de la locura purificado, consciente de sus propósitos. Vio cómo podía remodelar el mundo; más aún, vio cómo había remodelado el mundo. Después, todo se redujo a empezar, a fundar las primeras capillas, a improvisar los rituales del culto, a rodearse de los talentos científicos necesarios para alcanzar sus objetivos. ¿Existía un toque de paranoia en su determinación, unas gotas de Hitler, un matiz de Napoleón, un hálito de Gengis Jan? Tal vez. A Vorst le complacía considerarse un fanático, e incluso un megalómano. Un megalómano frío, racional y triunfador. No había querido detenerse ante nada para alcanzar sus fines, y era lo bastante precog para saber que los iba a alcanzar.

—Lanzarse a transformar el mundo es una gran responsabilidad —dijo—. Un hombre ha de ser un poco necio para intentarlo, incluso para pensar que puede intentarlo. Saber cómo ha de ser el resultado ayuda bastante. Saber que simplemente está llevando a la práctica lo inevitable hace que no se sienta tan idiota.

—Pero excluye la incertidumbre de la vida —dijo la esper.

—¡Ah, Delphine, has puesto el dedo en la llaga! Pero tú ya lo sabías, por supuesto. Es deprimente desarrollar tu propio guión, sabiendo lo que viene a continuación. Al menos, se me ha concedido la clemencia de la incertidumbre en los pequeños detalles. No puedo ver mucho por mí mismo, de modo que debo hacer autostop con osciladores como tú, y las visiones no son claras. Pero tú sí ves con claridad, ¿verdad, Delphine? Has recorrido tu propio trayecto vital. ¿Ya has visto tu extinción, Delphine?

Las mejillas de la esper enrojecieron. Bajó la vista al suelo y no contestó.

—Perdona, Delphine —dijo Vorst—. No tenía derecho a preguntarte esto. Sintonízate conmigo, Delphine. Haz tu trabajo. Llévame contigo. Hoy ya he hablado demasiado.

La chica se preparó para el gran esfuerzo. Poseía más control que la mayoría de sus iguales. Mientras casi todos los precogs soltaban amarras en un momento u otro, Delphine se aferraba a sus poderes y a su vida, y había alcanzado, a pesar de su especialidad esper, una edad avanzada. A la larga, también se quemaría, cuando hiciera un esfuerzo superior a sus posibilidades. Sin embargo, por el momento le resultaba inapreciable a Vorst; era su bola de cristal, el más útil de todos los osciladores que le habían ayudado a fraguar sus planes. Y si resistía un poco más, hasta que él viera la superación de los últimos obstáculos, el largo viaje concluiría y ambos podrían descansar.

Ella dejó de aferrarse al presente y se internó en el reino donde todos los momentos eran ahora.

Vorst miró, esperó y sintió que la joven le llevaba consigo cuando empezó su periplo en el tiempo. Vorst no podía iniciar el viaje por sí solo, pero podía seguir. Las brumas le envolvieron y se meció vertiginosamente a lo largo del hilo temporal, como había hecho tantas veces. Se vio a sí mismo en diferentes momentos, y vio a otras personas, figuras en sombras, figuras como surgidas de un sueño, que acechaban tras las cortinas del tiempo.

¿Lázaro? Sí, Lázaro estaba allí. Kirby también. Mondschein. Todos ellos, los peones de la partida. Vorst vio el brillo de algo distinto y contempló un paisaje que no era de la Tierra, ni de Marte, ni de Venus. Se puso a temblar. Miró un árbol de doscientos cuarenta metros de altura, coronado de hojas azul celeste, que se recortaba contra un cielo neblinoso. Después, fue apartado de allí y arrojado a la pestilente confusión de una calle de ciudad barrida por la lluvia, y se detuvo ante una de sus primeras capillas. El edificio ardía bajo la lluvia, y su nariz captó el intenso olor a madera húmeda chamuscada. Y luego sonrió al ver el rostro estupefacto y tostado por el sol de Reynolds Kirby. Y luego…

Perdió la sensación de movimiento. Se reintegró a su propio molde temporal, efectuando los ajustes de adrenalina que compensaban sus esfuerzos. La osciladora estaba derrumbada en su silla, cubierta de sudor, aturdida. Vorst llamó a un acólito.

—Llévala al pabellón —dijo—. Encárgate de que se ocupen de ella hasta que recupere las fuerzas.

El acólito asintió y cogió en brazos a la chica. Vorst se mantuvo inmóvil hasta que se fueron. La sesión le había satisfecho. Había confirmado sus ideas intuitivas acerca del inminente camino a seguir, y eso siempre era reconfortante.

—Enviadme a Capodimonte —dijo por el comunicador.

La rechoncha figura de hábito azul entró minutos después. Cuando Vorst se hallaba en Santa Fe, nadie perdía el tiempo retirándose a sus aposentos después de una cita. Capodimonte era el supervisor regional de Santa Fe, y era el responsable habitual del lugar, excepto cuando residían personajes como Vorst o Kirby. Capodimonte era imperturbable, leal, útil. Vorst le confiaba misiones delicadas. Intercambiaron rápidas y rutinarias bendiciones.

—Capo, cuánto tiempo tardarías en escoger el personal para una expedición interestelar?

—¿Inter…?

—Digamos, para finales de año. Investiga en los archivos y reúne varios equipos posibles.

Capodimonte consiguió recuperar su aplomo.

—¿Cuántos miembros por cada equipo?

—Desde dos personas a una docena. Empieza con una pareja estilo Adán y Eva, y sigue hasta seis parejas. Equivalentes en salud, adaptabilidad, compatibilidad, talento y fertilidad.

—¿Espers?

—Con precaución. Puedes incluir una pareja de empats y una pareja de curadores. En todo caso, evita los exóticos. Y recuerda que esas personas van a ser pioneros. Han de ser flexibles. Pasaremos de genios en este viaje, Capo.

—Cuando haya confeccionado las listas, ¿a quién debo entregarlas, a usted o a Kirby?

—A mí, Capo. No quiero que se te escape ni una sílaba de esto a Kirby o a quien sea. Ponte al trabajo y decide los grupos como si ya los hubiéramos programado. No sé de cuántos miembros se compondrá la expedición que enviemos, y quiero tener preparado un grupo autosuficiente a todos los niveles… De dos, cuatro, ocho, lo que te parezca más conveniente. Dispones de dos o tres días. Cuando hayas terminado con ello, pon media docena de tus mejores hombres a trabajar en la logística del viaje. Da por segura una cápsula impulsada por espers y estudia los diseños óptimos. Hemos tenido décadas para planearlo; debemos contar con todo un arsenal de anteproyectos. Examínalos. Es tu criatura, Capo.

—Señor, ¿puedo hacer una pregunta subversiva?

—Adelante…

—¿Se trata de un ejercicio hipotético, o va en serio?

—No lo sé —contestó Vorst.

4

El rostro azul de un venusino se asomó a la pantalla, extraño e impresionante, pero su propietario había nacido en la Tierra, como delataban la forma de la cabeza, la línea de los labios y el perfil de la barbilla. Era el rostro de David Lázaro, fundador y líder resucitado del culto de la Armonía Trascendente. Vorst había conversado a menudo con Lázaro durante los doce años transcurridos desde la resurrección del archihereje. Los dos profetas siempre se habían permitido el lujo del pleno contacto visual. Era monumentalmente caro enviar no sólo voces sino también imágenes por la cadena de estaciones que conectaban la Tierra y Venus, pero el gasto significaba poco para los dos hombres. Vorst insistió. Le gustaba ver el rostro transformado de Lázaro mientras hablaban. Le permitía concentrarse en algo durante los largos y aburridos intervalos que interrumpían su conversación. Aun a la velocidad de la luz, los mensajes tardaban en llegar de un planeta a otro. Un simple intercambio de opiniones requería más de una hora.

—Creo que ha llegado la hora de unir nuestros movimientos, David —dijo Vorst, sentado cómodamente en su balancín de espuma trenzada—. Nos complementamos mutuamente. Esta separación no nos favorece en nada.

—Quizá se pierda algo en la unión —replicó Lázaro—. Somos la rama más joven. Si nos reabsorbéis, nos disolveremos en vuestra jerarquía.

—De ninguna manera. Te garantizo que los armonistas gozarán de plena autonomía. Más aún, te garantizo un papel dominante en la composición política.

—¿Qué tipo de garantías me ofreces?

—Aparquemos el tema de momento. Tengo una tripulación interestelar preparada para partir. Estará equipada por completo dentro de unos meses. He dicho equipada por completo. Estarán en condiciones de hacer frente a cualquier cosa que encuentren. Sin embargo, es preciso hacerles salir del sistema solar. Danos el impulso, David. Cuentas con el personal necesario. Hemos seguido paso a paso vuestros experimentos.

Lázaro asintió con la cabeza, y sus branquias temblaron.

—No te negaré que lo hemos conseguido. Somos capaces de impulsar mil toneladas de aquí a Plutón. Somos capaces de impulsar esa masa hasta el infinito.

—¿Cuánto se tardaría en llegar a Plutón?

—Poco. No te diré exactamente cuánto. Digamos que las estrellas están al alcance de la mano. Desde hace ocho o diez meses. Desde luego, no hay forma de establecer un contacto permanente. Podemos impulsar, pero no podemos hablar a una distancia de docenas de añosluz. ¿Podéis vosotros?

—No. Perderemos el contacto con la expedición en cuanto supere el límite de la comunicación por radio. Tendrá que enviar de vuelta una nave auxiliar convencional para anunciar su llegada. Pasarán décadas antes de que nos enteremos, pero hemos de intentarlo. Cédenos tus hombres, David.

—¿Te das cuenta de que quemaremos docenas de nuestros jóvenes más prometedores?

—Sí, me doy cuenta. De todos modos, cédenos tus hombres. Contamos con técnicas para reparar a los quemados. Que impulsen la nave hacia las estrellas, y cuando caigan exhaustos intentaremos sanarles. Para eso está Santa Fe.

—¿Primero reventarles y, más tarde, curarles? Qué crueldad. ¿Tan importantes son las estrellas? Prefiero que esos chicos desarrollen sus poderes en Venus y sigan sanos.

—Les necesitamos.

—Y nosotros también.

Vorst empleó el intervalo en inundar su cuerpo de estimulantes. Vibraba de energía cuando le llegó el turno de contestar.

—David, me perteneces —dijo—. Yo te hice y te necesito. Te dormí en 2090, cuando no eras nadie, un advenedizo, te devolví a la vida en 2152 y te di un mundo. Me lo debes todo. Ahora, exijo que me pagues. He estado esperando este momento cien años. Tu pueblo tiene por fin los espers que pueden enviar a mi pueblo a las estrellas. Independientemente del precio que debas pagar, quiero enviarles.

La fuerza que confinó a sus palabras agotó a Vorst, pero tuvo tiempo de recobrarse. Tiempo de pensar, de esperar la respuesta. Había movido sus piezas, y ahora le tocaba a Lázaro. A Vorst no le quedaban muchos ases en la manga.

La figura de rostro azul se veía inmóvil en la pantalla; las palabras de Vorst aún no habían llegado a Venus. La respuesta de Lázaro tardó en llegar.

—No creía que fueras tan directo, Vorst —dijo—. ¿Por qué debo estarte agradecido por revivirme, si fuiste tú quien me metió en aquel agujero? Sí, lo sé. Porque mi movimiento era insignificante cuando me apartaste de él y poderoso cuando me resucitaste. ¿También te concedes el mérito por ello? —una pausa—. No importa. No quiero darte mis espers. Si quieres ir a las estrellas, consigúelos por tus propios medios.

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Robert Silverberg: Las puertas del cielo 1
UNO: Fuego Azul: 2077 1
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DOS: Los guerreros de la luz: 2095 4
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8 9
9 9
TRES: A donde van los transformados: 2135 10
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3 11
4 12
5 14
6 14
7 15
8 15
CUATRO: Lázaro, levántate y anda: 2152 16
1 16
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4 18
5 18
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8 19
9 20
CINCO: Las puertas del cielo: 2164 20
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2 21
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4 22
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