Las puertas del cielo | Страница 20 | Онлайн-библиотека
—Tiene razón suspiró Lázaro—. Así pues, dejaré que me transformen. Iré a Venus y veré qué logros ha alcanzado usted.
—Quedará agradablemente sorprendido.
La resurrección ya había sorprendido bastante a Lázaro. Le dejaron solo y estudió las sagradas escrituras de su fe, fascinado por el papel de mártir que le habían asignado. Un libro sobre historia armonista reveló a Lázaro su propio valor: allí donde los sentimientos religiosos de la Hermandad cristalizaban alrededor de la figura prohibida y remota de Vorst, los armonistas reverenciaban sin lugar a dudas su bondadoso mártir. «Debe ser muy embarazoso para ellos que haya vuelto», pensó Lázaro.
Vorst no fue a visitarle mientras estuvo descansando en el hospital de la Hermandad. En su lugar se presentó un hombre llamado Kirby, de rostro apergaminado por la edad. Dijo que era el coordinador hemisférico y el colaborador más estrecho de Vorst.
—Me uní a la Hermandad antes de que usted desapareciera —dijo—. ¿Había oído hablar de mí?
—No lo recuerdo.
—Yo era un simple subalterno. No me extraña que ignorara mi existencia, pero confiaba en que se acordara de mí si nos hubiéramos conocido. Este intervalo de tantos años nubla mi memoria, pero para usted es como si no hubiera pasado el tiempo.
—Mi memoria funciona perfectamente —dijo Lázaro con firmeza—. No le recuerdo en absoluto.
—Ni yo a usted.
El resucitado se encogió de hombros.
—Trabajé al lado de Vorst. Tuvimos discrepancias. Eso queda fuera de toda duda. En un momento dado, me alejé y fundé los armonistas. Después… desaparecí. Y aquí estoy. ¿Le resulta difícil creerme?
—Tal vez me he engañado. Ojalá me acordara de usted.
Lázaro se recostó. Paseó la mirada por las paredes verdes elásticas. Los intrumentos que controlaban sus constantes vitales zumbaban y cliqueteaban. Flotaba en el aire un olor acre: asepsia en acción. Kirby parecía irreal. Lázaro se preguntó qué laberinto de bombas y caballetes le mantenían entero bajo su grueso y caluroso hábito azul.
—Comprenderá que no puede quedarse en la Tierra, ¿verdad? —dijo Kirby.
—Por supuesto.
—La vida le resultará muy incómoda en Venus a menos que se transforme. Nosotros lo haremos. Sus hombres podrán supervisar la operación. Ya lo he comentado con Mondschein. ¿Está interesado?
—Sí. Cámbienme.
Vinieron al día siguiente para convertirle en venusino. Sabía que la operación era un asunto de interés público, pero sería ingenuo pretender que su vida le pertenecía en exclusiva. Ya no. Le dijeron que tardarían varias semanas en consumar la transformación. En otros tiempos costaba meses. Le equiparían con branquias y le adaptarían para respirar la inmundicia ponzoñosa que era la atmósfera de Venus. Después, quedaría en libertad. Lázaro aceptó. Le abrieron en canal, le rehicieron de nuevo y le prepararon para embarcar.
Vorst, encogido y con un hilo de voz, pero todavía una figura autoritaria, vino a verle.
—Has de saber que no tuve nada que ver con tu secuestro. Nadie me informó… Fue obra de unos fanáticos.
—Por supuesto.
—Me complace la disparidad de opiniones. El camino que sigo no es necesariamente el único correcto. Hace muchos años que echo en falta el diálogo con Venus. En cuanto te instales, confío en que te comunicarás conmigo.
—No me cerraré en banda contra ti, Vorst. Me has dado la vida. Escucharé lo que tengas que decirme. No existen motivos que impidan mi cooperación, siempre que respetemos nuestras respectivas esferas de intereses.
—¡Exactamente! Al fin y al cabo, nuestro objetivo es el mismo. Podemos unir nuestras fuerzas.
—Con cautela.
—Con cautela, sí. Pero con sinceridad —Vorst sonrió y se marchó.
Los cirujanos completaron su obra. Lázaro, convertido en un alienígena, viajó a Venus con Mondschein y el resto del séquito armonista. Era como un triunfante regreso a casa, si se podía llamar casa a un lugar en el que nunca había estado.
Hermanos de hábito verde y piel azulina le dieron la bienvenida. Habían enfatizado el elemento espiritual hasta límites que él jamás había sospechado, prácticamente divinizándole, pero Lázaro no tenía la menor intención de corregirlo. Sabía que su posición era muy precaria. Había hombres poderosos en su organización a los que no alegraría precisamente el regreso de un profeta, y que tal vez le someterían a un segundo martirio si amenazaba sus intereses establecidos. Lázaro procedió con cautela.
—Hemos hecho grandes progresos con los espers —le dijo Mondschein. Vamos muy por delante del trabajo de Vorst en ese campo, según mis noticias.
—¿Tenemos telequinésicos?
—Desde hace veinte años. Nuestro poder crece cada día. En la próxima generación…
—Me gustaría ver una demostración.
—Ya lo habíamos previsto.
Le mostraron lo que eran capaces de hacer. Introducirse en un bloque de madera y hacer que sus moléculas bailaran en llamas, lanzar un guijarro al cielo, materializarse de un lugar a otro… Sí, era impresionante, desafiaba la razón. Sin duda superaba los logros de la Hermandad.
Los espers venusinos se exhibieron ante Lázaro durante horas seguidas. Mondschein, sereno y complacido, no cabía en sí de satisfacción. Hablaba de umbrales, levitación, impulsos telequinésicos, fulcros de unidad y otros temas que dejaban a Lázaro estupefacto, aunque alentado.
El que había regresado señaló con un dedo las grises masas de nubes que ocultaban los cielos.
—¿Cuánto falta? —preguntó.
—Aún no estamos preparados para los viajes interestelares —replicó Mondschein—. Ni siquiera interplanetarios, aunque en teoría no exista gran diferencia entre unos y otros. Estamos trabajando en ello. Dénos tiempo. Triunfaremos.
—¿Podemos hacerlo sin la ayuda de Vorst?
La complacencia de Mondschein se desvaneció.
—¿Qué clase de ayuda puede darnos
—¿Nos bastará con los espers? Quizá pueda proporcionarnos lo que nos falta. Una empresa colectiva: armonistas y vorsters colaborando. ¿No cree que vale la pena sondear la posibilidad, hermano Christopher?
—Claro, sí, sí, por supuesto —sonrió, sin ganas, Mondschein—. Claro que vale la pena sondearla. Admito que no habíamos considerado este acercamiento, pero usted aporta un nuevo enfoque a nuestros problemas. Me gustaría discutir el asunto con usted más adelante, cuando ya se haya instalado.
Lázaro aceptó la verborrea de Mondschein con benevolencia. Sin embargo, no había olvidado el arte de leer entre líneas, a pesar de su larga ausencia.
Sabía cuándo le daban largas.
9
En Santa Fe, una vez finalizada la insólita invasión de armonistas, las cosas volvieron a la normalidad. Lázaro se había levantado y viajado a otro planeta, los hombres de la televisión se habían retirado y el trabajo continuaba: las pruebas, los experimentos, los sondeos en los misterios de la vida y la mente, las incesantes tareas del movimiento interno vorster.
—¿Existió alguna vez David Lázaro, Noel? —preguntó Kirby.
Vorst frunció el ceño desde el capullo termoplástico. Apenas terminaron los cirujanos de trabajar con Lázaro, corrieron a encargarse del Fundador, que padecía un aneurisma en un vaso sanguíneo dos veces reconstituido. Los sensores habían localizado el punto exacto, las pinzas subcutáneas lo habían puesto al descubierto, las microcintas se ajustaron en el lugar correspondiente y una red de filamentos y polímeros enlazados reemplazaron a la peligrosa burbuja. Vorst estaba acostumbrado a las operaciones.
—Viste a Lázaro con tus propios ojos, Kirby —dijo.
—Vi algo que se levantaba de aquella cripta, andaba y hablaba racionalmente. Conversé con ese algo. Vi cómo lo convertían en un venusino. Eso no significa que fuera real. No te costaría nada construir un Lázaro, ¿verdad, Noel?
—Si quisiera, pero ¿por qué lo querría?
—Es obvio. Para hacerte con el control de los armonistas.
—Si tuviera malas intenciones respecto a los armonistas —explicó pacientemente Vorst—, les habría borrado de la faz de la tierra hace cincuenta años, antes de que se apoderasen de Venus. Me
—No es joven. Tiene ochenta años, como mínimo.
—Una criatura.
—¿Vas a decirme si Lázaro es auténtico?
Los ojos de Vorst destellaron de irritación.
—Es auténtico, Kirby. ¿Satisfecho?
—¿Quién le metió en esa cripta?
—Sus propios seguidores, supongo.
—Entonces, ¿quién se olvidó de su ubicación?
—Bueno, tal vez lo hicieran mis hombres. Sin autorización. Sin decírmelo. Ocurrió hace mucho tiempo —las manos de Vorst se movían con gestos rápidos y agitados—. ¿Cómo voy a recordarlo todo? Fue encontrado. Le devolvimos a la vida. Se lo di a sus fieles. Me estás molestando, Kirby.
Kirby comprendió que se había adentrado en un campo sembrado de minas. Había azuzado a Vorst hasta el límite de su paciencia; insistir sería desastroso. Kirby había visto a otros hombres abusando de su intimidad con Vorst, y también había visto la desaparición imperceptible de dicha intimidad.
La irritación de Vorst se desvaneció.
—Sobreestimas mi astucia, Kirby. Deja de preocuparte por el pasado de Lázaro. Limítate a considerar el futuro. Se lo he entregado a los armonistas. Les será de mucho valor, independientemente de lo que ellos piensen. Están en deuda conmigo. Les he infligido una estupenda y pesada obligación. ¿No te parece útil? Ahora me deben algo. Cuando llegue el momento adecuado, les pasaré la factura.
Kirby permaneció mudo. Presentía que, de alguna manera, Vorst había alterado el equilibrio el poder entre ambos cultos, que los armonistas, en alza desde que tomaron posesión de Venus y su rico filón de espers, habían perdido su ventaja. Pero no tenía ni idea del método empleado, ni tampoco deseaba profundizar en el enigma.
Vorst estaba usando su comunicador. Levantó la cabeza y miró a Kirby.
—Hay otro «quemado» —dijo—. Quiero ir allí. Acompáñame.
—Por supuesto.
Siguió al Fundador por un laberinto de túneles, hasta desembocar en el pabellón de «quemados». Un esper, esta vez un muchacho, agonizaba. Quizá fuera hawaiano; su cuerpo se retorcía como si le estuvieran aplicando descargas eléctricas.
—Es una pena que no poseas poderes extrasensoriales, Kirby —dijo Vorst—. Podrías echar un vistazo al futuro.
—Soy demasiado viejo para lamentarlo.
Vorst avanzó hacia adelante, haciendo una señal al esper que le aguardaba. Tuvo lugar el vínculo. Kirby, como mero espectador, se preguntó qué estaría experimentando Vorst en ese momento. Los labios del Fundador se movían como si mascullara, y los dientes sobresalían de las encías cada vez que el cuerpo del esper sufría un espasmo. Alguien dijo que el chico recorría a toda velocidad en uno y otro sentido el flujo temporal. Kirby no le encontró sentido. Sin embargo, Vorst parecía viajar con el muchacho, contemplando una borrosa visión del mundo desde cada lado del muro temporal.
Ahora… Ahora… Atrás… Adelante…
Kirby experimentó la fugaz sensación de que él también se había unido al vínculo y viajaba por el tiempo, como segundo pasajero del esper. ¿Era aquél el caos del ayer? ¿Y el brillo dorado del mañana? Ahora… Ahora… «Maldito seas, viejo intrigante, ¿qué me has hecho?» Lázaro irguiéndose por encima de todos, Lázaro, que ni siquiera era real, un androide pergeñado en un laboratorio subterráneo por orden de Vorst, una marioneta útil, Lázaro había alcanzado el mañana y se disponía a robarlo…
El contacto se rompió. El esper había muerto.
—Hemos desperdiciado otro —murmuró Vorst. El Fundador miró a Kirby—. ¿Te encuentras mal?
—No. Estoy cansado.
—Ve a descansar. Seis cortos sobre historia y un rato en el tanque de relajación. Ya podemos respirar tranquilos. Lázaro no está en nuestras manos.
Kirby asintió en silencio. Alguien cubrió con una sábana el cadáver del esper. Dentro de una hora, las neuronas del chico se encerrarían en una cámara de refrigeración del edificio anexo. Poco a poco, corno si pesaran ocho siglos sobre sus espaldas en lugar de uno, Kirby siguió a Vorst fuera de la habitación. La noche había caído; las estrellas que brillaban sobre Nuevo México poseían esa peculiar brillantez acerada, y Venus, recortándose a baja altura contra el horizonte montañoso, era la más brillante de todas. Ya tenían a su Lázaro ahí arriba. Habían perdido un mártir y habían ganado un profeta. Kirby empezaba a comprender que Vorst se había metido limpiamente en el bolsillo a toda la tribu de herejes. El viejo era execrable. Kirby se arrebujó en su hábito y mantuvo el paso con cierto esfuerzo, mientras Vorst avanzaba en la silla hasta su despacho. Le dolía la cabeza por culpa de aquel breve e insondable contacto con el esper. Pero dentro de diez minutos se sentiría mejor.
Pensó en acudir a la capilla para rezar. ¿Para qué? ¿De qué le serviría arrodillarse ante el Fuego Azul? Le bastaba con acercarse a Vorst y pedirle su bendición. Vorst, su mentor durante cerca de ocho décadas; Vorst, que poseía la capacidad de hacer que se sintiera todavía como un niño; Vorst, que había resucitado a Lázaro de entre los muertos…
CINCO
Las puertas del cielo
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1
El anfiteatro de operaciones era una herradura mantenida a baja temperatura e iluminada por una pálida luz violeta. En el extremo norte, las ventanas situadas al nivel de la segunda galería dejaban pasar el frío sol de Nuevo México. Desde su asiento, que dominaba la mesa de operaciones, Noel Vorst veía las montañas azules que se alzaban a media distancia, fuera de los confines del centro. Las montañas no le interesaban, ni tampoco lo que ocurría en la mesa de operaciones. Sin embargo, disimulaba esta falta de interés.
Vorst no necesitaba acudir en persona a la operación, por supuesto. Al igual que todos los demás, sabía que un resultado positivo era improbable. Pero el Fundador contaba 144 años de edad, y pensaba que era útil aparecer en público siempre que sus fuerzas se lo permitían. Así evitaba que la gente le creyera sumido en la senilidad.
Abajo, los cirujanos estaban congregados alrededor de un cerebro al descubierto. Vorst había presenciado como levantaban la parte superior del cráneo y hundían sus escalpelos de luz en la arrugada masa grisácea.
Robert Silverberg: Las puertas del cielo | 1 |
UNO: Fuego Azul: 2077 | 1 |
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DOS: Los guerreros de la luz: 2095 | 4 |
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6 | 8 |
7 | 8 |
8 | 9 |
9 | 9 |
TRES: A donde van los transformados: 2135 | 10 |
1 | 10 |
2 | 11 |
3 | 11 |
4 | 12 |
5 | 14 |
6 | 14 |
7 | 15 |
8 | 15 |
CUATRO: Lázaro, levántate y anda: 2152 | 16 |
1 | 16 |
2 | 16 |
3 | 17 |
4 | 18 |
5 | 18 |
6 | 18 |
7 | 19 |
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9 | 20 |
CINCO: Las puertas del cielo: 2164 | 20 |
1 | 20 |
2 | 21 |
3 | 22 |
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9 | 25 |