Las puertas del cielo | Страница 17 | Онлайн-библиотека


Выбрать главу

—No diga eso —bufó Emory—. Todo es un fraude. Lázaro murió, y punto. Fue arrojado al convertidor. No queda nada de él, salvo protones, electrones y neutrones.

—Así lo afirma nuestra Escritura —le concedió Mondschein. Cerró los ojos un momento. Era el mayor de los presentes. Llevaba sesenta años en Venus y había conducido a esta rama del movimiento hasta su posición dominante actual—. Siempre cabe la posibilidad de que nuestro texto esté alterado.

—¡No! —exclamó Emory, joven y conservador—. ¿Cómo puede decir eso?

Mondschein se encogió de hombros.

—Los primeros años de nuestro movimiento, hermano, están envueltos en la duda. Sabemos que Lázaro existió, que trabajó con Vorst en Santa Fe, que discutió con Vorst sobre los procedimientos y que fue asesinado, o al menos apartado. Ya no queda nadie en el movimiento que estuviera relacionado directamente con Lázaro. Nosotros no vivimos tanto como los vorsters, ya lo sabe. Por tanto, si Lázaro no fue arrojado al convertidor, sino simplemente trasladado a Marte en estado de animación suspendida y conectado a una Cámara de la Nada durante sesenta o setenta años…

Se hizo el silencio en la habitación. Martell dirigió a Mondschein una dolida mirada de soslayo.

—¿Qué pasará si revive y afirma que es Lázaro? —habló por fin Emory—. ¿Qué ocurrirá con el movimiento?

—Si llega el caso, lo afrontaremos —replicó Mondschein—. Según el hermano Nicholas, parece que existen dudas sobre la posibilidad de abrir la cripta.

—Exacto —corroboró Martell—. Si está preparada para estallar cuando se manipule…

—Ojalá —interrumpió el hermano Ward, que aún no había hablado—. Para nuestros propósitos, el mejor Lázaro es el Lázaro mártir. Podemos conservar la tumba como un lugar de culto, enviar peregrinos y, tal vez, lograr que los marcianos se interesen. Pero, si vuelve a la vida y empieza a estropear las cosas…

—Lo que hay en esa cripta no es Lázaro —dijo Emory.

Mondschein le miró, estupefacto. Emory parecía a punto de sufrir un ataque de nervios.

—Quizá le convenga descansar un poco —sugirió Mondschein—. Se toma este asunto demasiado a pecho.

—Es un asunto muy inquietante, Christopher —dijo Martell—. Si hubieras visto la figura de la cripta… Parece tan angelical, tan confiado en la resurrección…

Emory gruñó. Mondschein frunció el ceño un momento, y en respuesta la puerta se abrió y entró un nativo venusino, uno de los espers que los armonistas llevaban tanto tiempo recogiendo en Venus.

—El hermano Emory está cansado, Neerol —dijo Mondschein. El venusino asintió con la cabeza. Su mano se cerró sobre la muñeca de Emory, púrpura oscuro sobre añil intenso. Se formó un nexo. Se produjo un momentáneo flujo neural. Se abrieron algunas compuertas en el cerebro de Emory. Éste se relajó y el venusino le condujo fuera de la sala.

Mondschein paseó su mirada alrededor.

—Hemos de proceder sobre la hipótesis —dijo— de que el auténtico cuerpo de David Lázaro ha aparecido en Marte, de que nuestro libro está equivocado acerca de su destino y de que existe la posibilidad de que el cuerpo enterrado en la cripta pueda ser devuelto a la vida. La pregunta es: ¿cómo vamos a reaccionar?

Martell, que había visto la cripta y ya nunca volvería a ser el mismo, fue el encargado de responder.

—Sabéis que siempre me he mostrado escéptico sobre el valor carismático de la historia de Lázaro. No obstante, considero que la situación nos puede proporcionar ciertos beneficios. Si conseguimos apoderarnos de la cripta y convertirla en el centro simbólico de nuestro movimiento… Algo que cautive la imaginación de la gente…

—Exactamente —aprobó Ward—. Poseer un mito siempre ha constituido nuestro mayor atractivo. La competencia cuenta con Vorst y sus milagros médicos, Santa Fe y todo eso, pero carece de algo que conmueva el corazón. Nosotros nos hemos aprovechado del martirio de Lázaro para controlar Venus, cosa que los vorsters jamás pudieron hacer. Y ahora que Lázaro resucita de entre los muertos…

—Vas desencaminado —dijo Mondschein—. Lo ocurrido en Marte no concuerda con la leyenda. No estaba previsto que Lázaro resucitara. Fue reducido a átomos. Imagínate que unos arqueólogos descubrieran que Cristo no fue crucificado, sino decapitado. Imagínate que saliera a la luz que Mahoma nunca puso el pie en La Meca. Si ese hombre es realmente Lázaro, significa que nuestra propia mitología nos ha jugado una mala pasada. Podría destruirnos. Podría hacer naufragar todos nuestros logros.

3

A cuarenta y cinco kilómetros de la pintoresca ciudad de Santa Fe, los laboratorios del Centro de Investigaciones Biológicas Noel Vorst se alzaban en el interior de un anillo de montañas oscuras. En este lugar, los cirujanos transformaban seres vivos en extraterrestres. En este lugar, los técnicos manipulaban genes laboriosamente. En este lugar, familias de espers se sometían a incesantes rondas de experimentos, y hombres biónicos empujaban sin piedad a sus cobayas humanos hacia un nuevo estadio de la existencia. El Centro era una máquina poderosa, que trabajaba con un propósito firme y determinado.

Hombres inconcebiblemente viejos constituían el corazón de la máquina.

El núcleo del movimiento se hallaba en el edificio rematado por una cúpula situado cerca del salón de actos principal, donde Noel Vorst residía cuando se trasladaba a Santa Fe. Vorst, el Fundador, reconocía más de un siglo y cuarto de existencia. Algunos decían que estaba muerto, que el Vorst que aparecía a veces en las capillas de la Hermandad era un robot, un simulacro. A Vorst le divertían tales rumores. A estas alturas, la mayor parte de su cuerpo era artificial, pero sin duda estaba vivo, y no tenía la menor intención de morir. Si hubiera planeado morir, jamás se habría tomado la molestia de fundar la Hermandad de la Radiación Inmanente. Los primeros años habían sido muy duros. No es agradable ser considerado un chiflado.

Entre quienes habían considerado a Vorst un chiflado en aquellos días se encontraba su actual lugarteniente, el Coordinador Hemisférico Reynolds Kirby. Este se había unido a la Hermandad en una época de crisis personal, buscando algo a lo que aferrarse en medio del vendaval. Ocurrió en 2077. Setenta y cinco años más tarde, continuaba aferrado. A estas alturas ya era el alter ego de Vorst, un anexo del alma del Fundador.

Sin embargo, el Fundador no había confiado en Kirby para manejar el problema de Lázaro. Por primera vez en muchos años, Vorst había guardado reserva sobre los detalles de un plan. Había cosas que no se podían compartir. Cuando se trataba de temas relacionados con David Lázaro, Vorst los mantenía in pectore, incapaz de confiar ni siquiera en Kirby.

El Fundador se mecía en un balancín de espuma trenzada que le evitaba padecer casi todos los rigores de la gravedad. En otros tiempos había sido un gigante vigoroso y dinámico, y aún hacía uso de estas virtudes si la ocasión lo requería, pero prefería la comodidad. Era necesario que se reservara las fuerzas. Su plan había funcionado bien, pero sabía que podía fracasar sin su guía.

Kirby, labios finos, cabello grisáceo, cuerpo compuesto en su mayor parte de órganos artificiales como el de Vorst, estaba sentado frente a él. Los laboratorios vorsters ya no precisaban esos torpes artilugios mecánicos para prolongar la juventud. Durante la generación anterior habían conseguido estimular la regeneración desde dentro, el renacimiento del cuerpo, sin duda el método más preferible. Kirby había nacido demasiado pronto, al igual que Vorst. Para ellos, el camino hacia la inmortalidad condicional pasaba por la sustitución de órganos. Con suerte, vivirían dos o tres siglos más, sometiéndose a revisiones periódicas. Los hombres más jóvenes, aquellos que se habían integrado en el movimiento durante los últimos cuarenta años, tenían una esperanza de vida que se elevaba a varios cientos de años. Vorst sabía que algunas de la personas que actualmente vivían nunca morirían.

—Sobre el asunto de Lázaro… —dijo Vorst.

Su voz provenía de un vocoder. Le habían extirpado la laringe sesenta años antes. Sin embargo, el efecto resultaba bastante conseguido.

—Podríamos infiltrar a nuestros hombres —respondió Kirby—, con la ayuda de Nat Weiner. Lanzaremos una bomba sobre esa cripta y le concederemos al señor Lázaro el descanso eterno.

—No.

—¿No?

—Por supuesto que no —dijo Vorst. Bajó los protectores que lubricaban sus ojos—. No debe ocurrirle nada a esa cripta ni al hombre que hay en su interior. Nos infiltraremos, desde luego. Tendrás que utilizar tu influencia con Weiner, pero no para destruir. Vamos a resucitar a Lázaro.

—Que vamos a…

—Como presente para nuestros amigos, los armonistas. Para demostrar nuestro gran efecto hacia nuestros hermanos en la Unidad.

—No —dijo Kirby. Los músculos de su rostro descarnado se tensaron, y Vorst advirtió que estaba realizando ajustes en la adrenalina, intentando conservar la calma ante este asalto a su lógica—. Es el profeta de los herejes. Sé que tienes tus motivos para alentarles a expandirse en ciertos lugares, Noel, pero devolverles su profeta… No tiene sentido.

Vorst golpeó con el dedo un adorno de su escritorio. Se abrió un compartimiento y apareció el libro de Lázaro, las escrituras herejes. A Kirby pareció sorprenderle su presencia allí, en el cuartel general del movimiento.

—Lo has leído, ¿verdad? —preguntó Vorst.

—Por supuesto.

—Te hace saltar las lágrimas. Cómo asaltaron mis desvergonzados seguidores a ese gran y bondadoso hombre llamado David Lázaro y le dieron muerte. Uno de los actos más blasfemos desde la Crucifixión, ¿eh? La mancha de nuestro historial. Somos los malos de la historia de Lázaro. Y aquí tenemos a Lázaro, conservado en salmuera en Marte durante los últimos sesenta años. Pese a lo que el libro afirma, no se le aniquiló físicamente. Estupendo. ¡Espléndido! Emplearemos todos los recursos de Santa Fe en la tarea de devolverle la vida. El gran gesto ecuménico. Sabrás sin lugar a dudas que abrigo la esperanza de reunifícar las dos ramas escindidas de nuestro movimiento.

Los ojos de Kirby brillaron por un momento.

—Llevas diciendo eso sesenta o setenta años, Noel. Desde que los armonistas se separaron. ¿Lo dices en serio?

—Soy sincero en todo. Claro que les haré volver. Bajo mis condiciones, naturalmente, pero serán bienvenidos. Todos servimos a la misma causa de manera diferente. ¿Conociste a Lázaro?

—La verdad es que no. Yo no era muy importante en la Hermandad cuando él murió.

—Lo había olvidado. Me cuesta ubicar a todo el mundo en su molde temporal. Confundo los períodos. Aun así… Tú ascendías hacia la cumbre cuando Lázaro se escindió. Yo respetaba a ese hombre, Kirby. Sentí su muerte, a pesar de su gran equivocación. Mi propósito es redimir el pecado de la Hermandad resucitando a Lázaro. Su apellido es de lo más apropiado, ¿no crees?

Kirby tomó una esfera metálica brillante del escritorio, una especie de pisapapeles, y jugueteó con ella. Vorst esperó. Tenía la esfera a la vista para que los visitantes la tomaran y descargaran sus tensiones en ella. Sabía que, para muchos que acudían a entrevistarse con él, presentarse ante Vorst era como ascender a la cumbre del monte Sinaí para escuchar la Ley. Vorst lo encontraba fascinante. Contempló a Reynolds Kirby, que luchaba consigo mismo.

Por fin, Kirby (el único hombre del planeta que podía tutearle) habló con voz tensa:

—Maldita sea, Noel, ¿a qué clase de juego estás jugando?

—Juego?

—Te encuentro sentado ahí con tu sonrisa de oreja a oreja, me dices que vas a resucitar a Lázaro, me doy cuenta de que haces malabarismos con las líneas maestreas, como si fueran bolas de billar, y no sé de qué va el asunto. ¿Por qué vas a hacerlo? ¿No sería preferible que ese hombre siguiera muerto?

—No. Muerto, es un símbolo. Vivo, puede ser manipulado. Es todo cuanto voy a decirte —los ojos llameantes de Vorst se clavaron en el rostro preocupado de Kirby—. ¿Crees que me estoy volviendo senil? ¿Que he guardado tanto tiempo el plan en mi mente que se ha podrido? Sé lo que estoy haciendo. Necesito a Lázaro vivo, o… o no habría empezado todo esto. Ponte en contacto con Nat Weiner. Apodérate de la cripta como sea. Nos encargaremos de Lázaro aquí, en Santa Fe.

—Muy bien, Noel. Lo que digas.

—Confía en mí.

—¿Qué otra cosa puedo hacer?

Kirby salió de la habitación rodando en su silla. Vorst se relajó, alimentó con hormonas su corriente sanguínea y cerró los ojos. El mundo osciló. Se sintió por un momento arrastrado a la deriva, de vuelta a 2071, y estaba fabricando reactores de cobalto 60 en un sórdido sótano y alquilando habitaciones pequeñas como capillas para su culto. Se replegó, lanzándose hacia adelante, a una velocidad vertiginosa, hacia el borde del ahora y un poco más allá. Vorst era un esper de grado inferior y talento insignificante, pero su mente le jugaba en ocasiones malas pasadas. Echó una mirada al borde del mañana y se ancló con desesperación.

Vorst abrió el comunicador del escritorio con un decisivo golpe de sus dedos y habló unos instantes con un interno del pabellón de «quemados», sin identificarse. Sí, confirmaron al Fundador, había una esper al borde de la extinción. No, no era probable que sobreviviera.

—Prepárenla —dijo Vorst—. El Fundador va a visitarla.

Los ayudantes de Vorst le rodearon, preparándole para el desplazamiento. El anciano se negaba a aceptar la inmovilidad e insistía en llevar una vida lo más activa posible. Un descensor le depositó en la planta baja, y luego, amparado por la cabalgata de aduladores que le acompañaban a todas partes, el Fundador cruzó la plaza principal del recinto y entró en el pabellón de «quemados».

Media docena de espers enfermos, separados por espesos muros y protegidos por miembros de su especie, yacían a las puertas de la muerte. Siempre había espers aplastados por sus propios poderes, espers que, en un momento dado, empleaban más voltaje del que podían controlar y se destruían. Desde el principio, Vorst se había concentrado en salvarles, pues eran los espers que más necesitaba. Actualmente, el tanto por ciento de salvaciones era bueno. Pero no lo bastante bueno.

17
Robert Silverberg: Las puertas del cielo 1
UNO: Fuego Azul: 2077 1
1 1
2 1
3 2
4 3
5 4
DOS: Los guerreros de la luz: 2095 4
1 4
2 5
3 6
4 6
5 7
6 8
7 8
8 9
9 9
TRES: A donde van los transformados: 2135 10
1 10
2 11
3 11
4 12
5 14
6 14
7 15
8 15
CUATRO: Lázaro, levántate y anda: 2152 16
1 16
2 16
3 17
4 18
5 18
6 18
7 19
8 19
9 20
CINCO: Las puertas del cielo: 2164 20
1 20
2 21
3 22
4 22
5 23
6 23
7 24
8 24
9 25