Las puertas del cielo | Страница 10 | Онлайн-библиотека


Выбрать главу

—Te estábamos esperando —dijo un armonista de flotante hábito verde—. Tengo instrucciones de ponerme en contacto con mis superiores en cuanto aparecieras.

Mondschein no se mostró sorprendido, ni tampoco experimentó un gran asombro cuando le comunicaron al poco rato que partía en dirección a Roma enseguida. Los armonistas pagarían sus gastos.

Una mujer delgada de párpados alterados quirúrgicamente le recibió en la estación de Roma. No la reconoció, pero ella le sonrió como si fueran viejos amigos. Le condujo a una casa de la Via Flaminia, a unos dieciocho kilómetros al norte de Roma, donde un hermano armonista rechoncho, de rostro cetrino y nariz protuberante le esperaba.

—Bienvenido —dijo el armonista—. ¿Te acuerdas de mí?

—No.Yo…,sí.¡!

Los recuerdos afluyeron, aturdiéndole. La otra vez no había un solo hereje en la habitación, sino tres. Le habían dado vinos y ofrecido un puesto en la jerarquía armonista, y él había accedido a dejarse introducir subrepticiamente en Santa Fe, un soldado de la gran cruzada, un guerrero de la luz, un espía armonista.

—Lo has hecho muy bien, Mondschein —dijo el hereje untuosamente—. No pensábamos que te cazarían tan pronto, pero no conocíamos en profundidad sus métodos de detección. Sólo podíamos protegerte de los espers, y cabe decir que lo hicimos a la perfección. En cualquier caso, la información que nos proporcionaste resultó extraordinariamente útil.

—¿Cumplirán su parte del trato? ¿Me darán un puesto de grado diez?

—Por supuesto. No pensarás que te íbamos a engañar, ¿verdad? Seguirás durante tres meses un curso de adoctrinamiento, para que te hagas una idea de nuestro movimiento. Después te integrarás en las tareas propias del puesto que ocuparás en nuestra organización. ¿Qué prefieres, Mondschein, Marte o Venus?

—¿Marte o Venus? No le entiendo.

—Vamos a destinarte a nuestra división misionera. Partirás de la Tierra el próximo verano y trabajarás en una de las colonias. Eres libre para elegir la que prefieras.

Mondschein estaba estupefacto. Eso no era lo convenido. Se había vendido a aquellos herejes, sólo para ser embarcado hacia un planeta extraño y un posible martirio… No, no esperaba nada semejante.

«Fausto tampoco esperaba problemas», pensó fríamente Mondschein.

—¿Qué clase de engaño es éste? —preguntó—. ¡No tienen derecho a pedirme que me haga misionero!

—Te ofrecimos un trabajo de grado diez —dijo el armonista sin alzar la voz—. Nos reservamos el derecho a elegir el destino.

Mondschein permaneció en silencio. La cabeza le dolía. El rostro del armonista pareció borrarse y oscilar. Era libre de marcharse, de salir por la puerta y mezclarse con la multitud. De convertirse en un don nadie. También podía claudicar y llegar a ser… ¿qué? Cualquier cosa. Cualquier cosa.

Tenía el cincuenta por ciento de posibilidades de estar muerto dentro de seis semanas.

—Acepto —dijo—. Venus. Iré a Venus —sus palabras resonaron como los barrotes de una jaula al cerrarse.

El armonista asintió.

—Esperaba que lo hicieras —dijo. Hizo ademán de marcharse, se paró y miró con curiosidad a Mondschein—. ¿De verdad pensabas que podías elegir tu puesto…, espía?

TRES

A donde van los transformados

2135

1

El muchacho venusino danzó con agilidad alrededor del Hongo Dañino que crecía detrás de la capilla, esquivando al asesino verdegrisáceo con consumada habilidad. En tres saltos dejó atrás el tronco elástico del limolimbo y se acercó a la apretada fila de humildes tallos mellados que crecían en la parte posterior del jardín. El muchacho les sonrió, y se apartaron con tanta diligencia como el mar Rojo ante Moisés algún tiempo antes.

—Aquí estoy —le dijo a Nicholas Martell.

—No creí que regresarías —contestó el misionero vorster.

El muchacho, Elwhit, le miró con aire travieso.

—El hermano Christopher dijo que no podría regresar. Por eso he venido. Habíame del Fuego Azul. ¿De veras puedes conseguir que los átomos hagan luz?

—Entra —dijo Martell.

El chico era su primer triunfo desde su llegada a Venus; por el momento, un triunfo insignificante. Pero Martell no se quejaba. Un paso era un paso. Había todo un planeta que ganar. Incluso un universo.

Al entrar en la capilla, el chico se hizo el remolón, repentinamente tímido. ¿Había venido impulsado por simple malicia, o era un espía enviado por los herejes de la capilla cercana? Daba igual. Martell le trataría como a un converso en potencia. Activó el altar y el Fuego Azul alumbró el pequeño recinto; motas de color bailaron sobre los tablones del techo de madera. La energía brotó del cubo de cobalto, y los rayos, inofensivos pero impresionantes, provocaron que Elwhit lanzara una exclamación de maravillado asombro.

—Este fuego es simbólico —murmuró Martell—. Existe una unidad fundamental en el universo; como los bloques de los juegos de construcción, ¿entiendes? ¿Sabes lo que son las partículas atómicas, protones, electrones, neutrones, de las que están hechas las cosas?

—Puedo tocarlas —dijo Elwhit—. Puedo moverlas.

—¿Me enseñarás cómo? —Martell recordaba la forma en que el chico había apartado aquellas plantas afiladas como la hoja de un cuchillo que había en el jardín posterior. Una mirada, un empujón mental, y habían retrocedido. Estos venusinos podían teleportarse; estaba seguro—. ¿Cómo mueves las cosas?

El chico se desentendió de la pregunta con un encogimiento de hombros.

—Cuéntame más cosas del Fuego Azul —pidió.

—¿Has leído el libro que te di, el que escribió Vorst? Te dirá todo lo que necesitas saber.

—El hermano Christopher me lo quitó.

—¿Se lo enseñaste? —preguntó Martell, estupefacto.

—Quiso saber por qué había venido a verte. Le dije que hablaste conmigo y me diste un libro. Me quitó el libro. He vuelto. Dime por qué estás aquí. Habíame de lo que enseñas.

Martell no había imaginado que su primer converso sería un niño. Sopesó con cuidado las palabras que pronunció a continuación.

—Nuestra religión es muy parecida a la que enseña el hermano Christopher, pero existen algunas diferencias. Su gente inventa muchos cuentos. Son buenos cuentos, pero sólo son cuentos.

—¿Sobre Lázaro, por ejemplo?

—Exacto. Simples leyendas. Intentamos evitar esas cosas. Intentamos centrarnos en los aspectos básicos del universo. Nosotros…

El chico perdió el interés. Tiró de su túnica y dio un codazo a una silla. Únicamente le fascinaba el altar. Sus ojos brillantes se desviaron hacia él.

—El cobalto es radiactivo —dijo Martell—. Es una fuente de rayos beta: electrones. Recorren el depósito y liberan fotones. Así se produce la luz.

—Yo puedo detener la luz —dijo el chico—. ¿Te enfadarás conmigo si la detengo?

Martell sabía que sería una especie de sacrilegio, pero sospechaba que le sería perdonado. Cualquier indicio de actividad telequinésica que detectara sería útil.

—Adelante —dijo.

El chico permaneció inmóvil, pero el resplandor disminuyó, como si una mano invisible hubiera penetrado en el reactor, interceptado el flujo de partículas. ¡Telequinesis a nivel subatómico! Martell estaba entusiasmado y estremecido a la vez mientras veían desvanecerse la luz. De pronto, recuperó su brillo de nuevo. Gotas de sudor resbalaban por la frente purpuroazulada del muchacho.

—Eso es todo —anunció Elwhit.

—¿Cómo lo haces?

—Me sale —rió el chico—. ¿Tú no sabes?

—Me temo que no. Oye, si te doy otro libro, ¿me prometes que no se lo enseñarás al hermano Christopher? No me quedan muchos. No puedo permitirme el lujo de que los armonistas los confisquen todos.

—La próxima vez. No tengo ganas de leer ahora. Volveré. Ya me lo contarás todo en otra ocasión.

Salió bailando de la capilla y avanzó a saltos entre la maleza, indiferente a los peligros que acechaban en el sombrío bosque que se extendía al otro lado. Martell le vio marcharse, sin saber si había logrado su primer converso o se estaban burlando de él.

Quizá ambas cosas a la vez, pensó el misionero.

Nicholas Martell había llegado a Venus diez días antes, a bordo de una nave de pasajeros procedentes de Marte. La nave trasportaba treinta pasajeros, pero ninguno había buscado la compañía de Martell. Diez eran marcianos, y detestaban compartir la misma atmósfera de Martell. Los marcianos, ahora que su planeta había sido terraformado a su gusto, preferían llenar sus pulmones de una mezcla de gases terrestres. Lo mismo le había sucedido a Martell en otro tiempo, pues era nativo de la Tierra, pero ahora formaba parte de los transformados, equipado con branquias del más puro estilo venusino.

En realidad, no eran branquias; no le servirían de nada bajo el agua. Eran filtros de alta densidad, que aprovechaban al máximo las moléculas de oxígeno decente de la atmósfera venusina. Martell se había adaptado bien. El helio y otros gases inertes no servían a su metabolismo, pero se alimentaba de nitrógeno y no ponía auténticos reparos a sustentarse de CO2 durante breves períodos. Los cirujanos de Santa Fe trabajaron en él durante seis meses. Era cuarenta años demasiado tarde para realizar alteraciones en el óvulo o en el feto de Martell, como se hacía normalmente para adaptar al hombre a la vida en Venus, de modo que alteraron al Martell ya adulto. La sangre que corría por sus venas ya no era roja. Su piel poseía un hermoso tono cianótico. Era como cualquier persona nacida en Venus.

En la nave también viajaban diecinueve venusinos de pura cepa, pero no demostraron la menor camaradería con Martell y le obligaron a desaparecer de su presencia. La tripulación alojó a Martell en una cámara de almacenaje, disculpándose educadamente.

—Ya sabe cómo son esos arrogantes venusinos, hermano. Una mirada que induzca a error y se le echarán encima con sus puñales. Quédese aquí. Estará más seguro —una breve carcajada—. Incluso estará más seguro, hermano, si vuelve a casa sin poner pie en Venus.

Martell había sonreído. Estaba preparado para lo peor.

Durante los últimos cuarenta años, docenas de miembros pertenecientes a la orden religiosa de Martell habían sufrido el martirio en Venus. Era un vorster o, dicho en términos más precisos, un miembro de la Hermandad de la Radiación Inmanente, y se había integrado en la rama misionera. Al contrario que sus prodecesores martirizados, Martell se había adaptado quirúrgicamente a la vida en Venus. Los demás se habían visto obligados a protegerse con trajes de respiración, limitando tal vez su eficacia. Los vorsters no se habían abierto camino en Venus, a pesar de que eran el grupo religioso más numeroso de la Tierra desde hacía más de una generación. Martell, solo y adaptado, se había impuesto la tarea largamente aplazada de fundar una orden de la Hermandad en Venus.

Martell recibió una gélida bienvenida al llegar a Venus. Cuando la nave descendió en picado, atravesando las capas de nubes, las turbulencias del aterrizaje le marearon. Se recobró y aguardó sentado pacientemente. Era un hombre flaco, de rostro en forma de cuña y ojos hundidos. Distinguió a través de la portilla su primera visión de Venus: un terreno llano, de aspecto fangoso, bordeado por una franja de árboles feos, de tronco macizo y cuyas hojas azulinas poseían un brillo siniestro. El cielo era gris, y remolineantes masas de nubes bajas formaban dibujos en espiral contra el fondo más oscuro. Técnicos robot salían de un edificio cuadrado y de aspecto extraño para atender las necesidades de la nave. Los pasajeros fueron saliendo.

En la aduana, un venusino de casta inferior miró al vorster con indiferencia y cogió su pasaporte.

—¿Religioso? preguntó con frialdad.

—Exacto.

—¿Cómo le han permitido venir?

—Tratado de 2128 —dijo Martell—. Un número limitado de observadores de la Tierra con propósitos científicos, éticos o…

—Corte la historia —el venusino presionó con el dedo una página del pasaporte y apareció un sello de visado brillante—. Nicholas Martell. Morirá aquí, Martell. ¿Por qué no vuelve por donde vino? En la Tierra los hombres viven enternamente, ¿no?

—Viven mucho tiempo, pero tengo trabajo aquí.

—¡Idiota!

—Tal vez convino Martell sin perder la calma—. ¿Puedo irme?

—¿Dónde se alojará? Aquí no hay hoteles.

—La embajada marciana cuidará de mí hasta que me haya establecido.

—Nunca se establecerá.

Martell no le contradijo. Sabía que hasta un venusino de casta inferior se consideraba por encima de cualquier terrestre, y que contradecirle supondría un insulto mortal. Martell no estaba preparado para entablar un duelo a cuchillo. Como no era orgulloso por naturaleza, estaba dispuesto a tragarse todos los insultos por el bien de su misión.

El aduanero le indicó que pasara con un ademán. Martell tomó su única maleta y salió del edificio. «Ahora, un taxi», pensó. Se encontraba a muchos kilómetros de la ciudad. Necesitaba descansar y hablar con el embajador marciano, Weiner. Los marcianos no miraban con mucha simpatía su objetivo, pero al menos toleraban la presencia de Martell. En Venus no había embajada de la Tierra, ni tan siquiera consulado. Los vínculos entre el planeta madre y su orgullosa colonia se habían roto mucho tiempo atrás.

En el extremo de la pista aguardaban algunos taxis. Martell se encaminó hacia ellos. El suelo crujía bajo sus pies, como si fuera una frágil corteza. El planeta parecía sombrío. Ni un rayo de sol asomaba por entre las nubes. No obstante, su cuerpo adaptado estaba funcionando bien.

El espaciopuerto tenía un aspecto de abandono, pensó Martell. Casi únicamente se veían robots. Un equipo de cuatro venusinos se responsabilizaba del lugar; había los diecinueve de la nave y los diez marcianos, pero nadie más. Venus era un planeta poco poblado, y apenas contaba con tres millones de habitantes, diseminados en sus siete espaciosas ciudades. Los venusinos eran hombres de la frontera, legendarios por su arrogancia. Había espacio suficiente para ser arrogante, pensó Martell. Cambiarían su conducta si pasaran una semana en la abarrotada Tierra.

—¡Taxi! —gritó.

Ningún robocoche se movió de la fila. ¿También los robots eran arrogantes, o le pasaba algo a su acento? Llamó de nuevo, sin obtener respuesta.

10
Robert Silverberg: Las puertas del cielo 1
UNO: Fuego Azul: 2077 1
1 1
2 1
3 2
4 3
5 4
DOS: Los guerreros de la luz: 2095 4
1 4
2 5
3 6
4 6
5 7
6 8
7 8
8 9
9 9
TRES: A donde van los transformados: 2135 10
1 10
2 11
3 11
4 12
5 14
6 14
7 15
8 15
CUATRO: Lázaro, levántate y anda: 2152 16
1 16
2 16
3 17
4 18
5 18
6 18
7 19
8 19
9 20
CINCO: Las puertas del cielo: 2164 20
1 20
2 21
3 22
4 22
5 23
6 23
7 24
8 24
9 25