Muero por dentro | Страница 25 | Онлайн-библиотека


Выбрать главу

Tenía veintidós años, hacía un año que había salido de Radcliffe, era de Long Island, y eompartía un apartamento en la avenida West End con otras dos chicas. Aunque no estaba casada, descubrió que había habido un largo e infructuoso romance que terminó en un compromiso roto poco antes de que se conocieran. (Qué extraño era para él no descubrirlo todo en seguida, extrayendo la información cuando lo deseaba.) Había estudiado matemáticas y trabajaba como programadora de computadoras, un término que, en 1963, significaba muy poco para él; no sabía exactamente si lo que hacía era diseñar computadoras, trabajaba con ellas o las montaba. Acababa de heredar 6.500 dólares de una tía de Arizona, y sus padres, que por lo visto eran severos y decididos partidarios de que se educara con mano dura, le dijeron que se encargara ella de invertir el dinero para que fuera asumiendo responsabilidades propias de una adulta. Por lo tanto se había dirigido a la oficina de corredores de bolsa del barrio, un oveja a punto de ser trasquilada, para invertir su dinero.

—¿Qué quiere hacer? —le preguntó Selig—. ¿Invertirlo en algo seguro como acciones selectas, o arriesgarse un poco para obtener algunas ganancias?

—No sé. No sé nada acerca del mercado. Lo único que sé es que no quiero hacer ninguna estupidez.

Otro corredor, como por ejemplo Nadel, le habría dicho que el que no arriesga no gana y, aconsejándole que se olvidara de conceptos tan aburridos y anticuados como dividendos, la habría conducido a una cartera en movimiento: Texas Instruments, Collins Radio, Polaroid y ese tipo de cosas. Luego, de vez en cuando, removería su cuenta; cambiaría Polaroid por Xerox, Texas Instruments por Fairchild Camera, Collins por American Motors, American Motors por Polaroid de nuevo obteniendo sus buenas comisiones y, quizá, aumentando el capital de ella, o perdiendo un poco. Selig no tenía estómago para tales maniobras.

—Esto le va parecer muy aburrido —le dijo—, pero vayamos a lo seguro. Le recomendaré algunas cosas aceptables que jamás la harán rica pero que tampoco la harán perder dinero. Y luego podrá guardar las acciones y esperar a ver como crecen, sin tener que estar constantemente pendiente de las cotizaciones del mercado para ver si debería vender. Doy por descontado que no quiere estar continuamente preocupándose por las fluctuaciones a corto plazo, ¿verdad?

Eso no era ni mucho menos lo que Martinson le había dicho que les aconsejara a los nuevos clientes, pero al diablo con eso. Le consiguió algunas acciones de Jersey Standard, algunas de Teléfonos, algunas de IBM, acciones de dos buenas empresas de servicios públicos, y 30 acciones de un fondo de capital limitado llamado Lehman Corporation, del que poseían acciones muchos de sus ancianos clientes. No hizo preguntas, ni siquiera quiso saber qué era un fondo de capital limitado.

—Listo —dijo Selig—. Ahora tiene una cartera, ya es una capitalista.

Ella sonrió. Pese a ser una sonrisa tímida, algo forzada, él creyó detectar un flirteo en sus ojos. Era una agonía no poder leerle la mente, verse obligado a guiarse sólo por los signos externos para saber qué pensaba de él. Aun así, se arriesgó.

—¿Tiene algún plan para esta noche? —le preguntó—. Salgo de aquí a las cuatro de la tarde.

Dijo que estaba libre, pero que su horario era de once a seis. Quedó en pasar a buscarla por su apartamento alrededor de las siete. Cuando abandonó la oficina no había duda del calor de su sonrisa.

—Sinvergüenza con suerte —le dijo Nadel—. ¿Qué has hecho, la has invitado a salir? Acostarse con los clientes viola las reglas de la Comisión Controladora de Acciones y Valores.

Selig se limitó a reír. Veinte minutos después de que abriera el mercado realizó una operación al descubierto con 200 Molybdenum en el Amex, y cubrió su venta un punto y medio más bajo durante la hora de la comida. Pensó que con eso tendría suficiente para pagar la cena, y, posiblemente, aun le sobraría. El día anterior Nyquist le había dado el dato: Moly es algo seguro, sin duda se caerá de la cama. Durante la calma de media tarde, sintiéndose satisfecho consigo mismo, llamó por teléfono a Nyquist para comunicarle lo de su maniobra.

—Lo cubriste demasiado rápido —dijo Nyquist inmediatamente—. Esta semana bajará cinco o seis puntos más. Los inversionistas que están al tanto así lo esperan.

—No soy tan codicioso. Tengo suficiente con los tres billetes que conseguí tan rápidamente.

—De ese modo no te vas a hacer rico.

—Supongo que no tengo el instinto de los que apuestan —dijo Selig e hizo una pausa.

En realidad no había llamado a Nyquist para hablarle del descenso de Molybdenum. Quería decirle que había conocido a una chica y el extraño problema que había con ella. He conocido a una chica, he conocido a una chica. Unos repentinos temores le detuvieron. La pasiva y silenciosa presencia de Nyquist al otro lado de la línea telefónica parecía, de algún modo, amenazadora. Se reirá de mí, pensó Selig. Siempre se ríe de mí, en silencio, creyendo que no me doy cuenta. Pero esto es una idiotez. Le dijo:

—Tom, hoy me ha sucedido algo extraño. Vino una chica a la oficina, una chica muy atractiva. La veré esta noche.

—Te felicito.

—No vayas tan rápido, la cuestión es que no pude leer su mente en absoluto. Quiero decir que ni tan siquiera pude recibir una emanación. Un blanco, un blanco absoluto. Jamás me había pasado eso con nadie. ¿Y a ti?

—Creo que tampoco.

—Un blanco total. No lo entiendo. ¿Cómo puede explicarse que tenga una pantalla tan resistente?

—Es posible que hoy estés cansado —sugirió Nyquist.

—No. No. Puedo leer a todos los demás como siempre, pero a ella no.

—¿Y eso te molesta?

—Por supuesto que sí.

—¿Por qué dices por supuesto?

A Selig le parecía obvio. Sabía que lo que Nyquist estaba haciendo era provocarle: la voz tranquila, sin inflexiones, neutral. Un juego. Una forma de pasar el tiempo. Deseó no haber llamado. Parecía que estaban anotando algo importante en la pizarra de acciones, y el otro teléfono estaba sonando. Nadel atendió y le lanzó una mirada furiosa: ¡Vamos, viejo, hay mucho trabajo!

Selig dijo con brusquedad:

—Bueno, pues me interesa mucho. Y me molesta no encontrar la forma de llegar a su verdadero yo.

Nyquist dijo:

—Lo que quieres decir es que te molesta no poder espiarla.

—No me gusta esa frase.

—¿De quién es? Mía no. Así es cómo consideras lo que hacemos, ¿verdad? Piensas que espiamos. Te sientes culpable por espiar a la gente, ¿no? Pero por lo visto también te irrita no poder hacerlo.

—Supongo que sí—admitió Selig malhumorado.

—Con esta chica te ves forzado a emplear viejas y torpes técnicas de las conjeturas que el resto del mundo está condenado a usar todo el tiempo para tratar con la gente, y eso no te gusta. ¿No es así?

—Haces que parezca algo tan malo, Tom.

—¿Qué quieres que te diga?

—No quiero que me digas nada. Simplemente te estoy comentando que a esta chica no puedo leerle la mente, que nunca me había ocurrido nada parecido, y me pregunto si tienes alguna teoría que explique por qué me sucede esto con ella.

—No la tengo —dijo Nyquist—. Al menos en este momento no se me ocurre.

—Muy bien. Entonces…

Pero Nyquist no había terminado.

—Como comprenderás, no puedo saber si es impenetrable para el proceso telepático o sólo impenetrable para ti, David.

Esa posibilidad ya se le había ocurrido a Selig un momento antes. Le parecía muy inquietante. Nyquist siguió hablando con suavidad.

—¿Por qué no la invitas a venir a casa uno de estos días y me dejas echarle un vistazo? Es posible que de ese modo pueda enterarme de algo interesante con respecto a ella.

—Eso haré —dijo Selig sin demasiado entusiasmo.

Sabía que una reunión como ésa era inevitable y necesaria, pero la idea de exponer a Kitty ante Nyquist le resultaba inquietante. No tenía nada claro por qué le ocurría eso.

—Uno de estos días —dijo—. Oye, están sonando todos los teléfonos. Te llamaré, Tom.

—Dale un beso de mi parte —dijo Nyquist.

23

David Selig

Estudios Selig 101, Prof. Selig

10 de noviembre de 1976

La entropía como factor en la vida diaria

La física define la entropía como una expresión matemática del grado en que se distribuye un sistema termodinámico de modo que no pueda convertirse en trabajo. En términos metafóricos más generales, se puede considerar la entropía como la irreversible tendencia de un sistema, incluyendo el universo, hacia la inercia y el desorden crecientes. Ello significa que las cosas tienden a empeorar cada vez más, hasta que al final todo irá tan mal que incluso nos faltarán los medios para saber cuán mal están.

El gran físico norteamericano Josiah Willard Gibbs (1839-1903) fue el primero en aplicar la segunda ley de la termodinámica (la ley que define el desorden creciente de energía que se mueve al azar dentro de un sistema cerrado) a la química. Gibbs fue quien, con mayor firmeza, anunció el principio de que el desorden aumenta espontáneamente a medida que el universo envejece. Entre los que extendieron las ideas de Gibbs al campo de la filosofía se encuentra el brillante matemático Norbert Wiener (1894-1964) que, en su libro titulado Cibernética y sociedad declaró: “Al aumentar la entropía. el universo, junto con todos los sistemas cerrados que contiene, tiende de un modo natural a empeorar y a perder sus caracteres distintivos, a pasar del estado menos probable al más probable, de un estado de organización y diferenciación, en el que existen las distinciones y las formas, a otro de caos y monotonía. En el universo de Gibbs el orden es lo menos probable, el caos lo más probable. Pero mientras que el universo en su totalidad, si es que existe un universo total, tiende a ese estado definitivo, existen enclaves concretos cuya dirección parece ser opuesta a la del universo como un todo y en los que hay una tendencia limitada y temporal a aumentar la complejidad de su organización. La vida encuentra asilo en algunos de estos enclaves”.

Por lo tanto, Wiener aclama a los seres vivos en general y a los seres humanos en particular como héroes en la guerra contra la entropía, la que considera idéntica a la guerra contra el mal en otro pasaje: ” Este elemento aleatorio, esta carencia de totalidad orgánica [es decir, el elemento fundamental del azar en la organización del universo], es algo que, sin llevar el simbolismo verbal demasiado lejos, puede considerarse como el mal”. Los seres humanos, según Wiener, realizan procesos negentrópicos. Tenemos órganos sensoriales. Nos comunicamos los unos con los otros. Utilizamos lo que aprendemos de los demás. Por lo tanto, somos más que simples víctimas pasivas de la propagación espontánea del caos universal. “Nosotros, los seres humanos, no somos sistemas aislados. Ingerimos alimento tomado del exterior que produce energía y, como resultado, somos parte de ese mundo más amplio que contiene las fuentes de nuestra vitalidad. Pero lo más importante es que recibimos información mediante nuestros sentidos, y que actuamos de acuerdo con esa información.” En otras palabras, hay una retroalimentación. A través de la comunicación aprendemos a controlar nuestro ambiente, y Wiener dice: “Con el control y la comunicación luchamos siempre contra la tendencia de la naturaleza a degradar lo organizado y destruir lo que tiene sentido; la tendencia… de la entropía a aumentar”. Muy a la larga, inevitablemente, la entropía nos golpeará a todos; por ahora podemos defendernos. “Todavía no somos los espectadores de las últimas escenas de la muerte del mundo.”

¿Pero qué ocurre si un ser humano comienza a transformarse, involuntariamente o por elección, en un sistema aislado?

Un ermitaño, pongamos por caso. Vive en una cueva oscura. No penetra ninguna información. Se alimenta con hongos. Eso le da la suficiente energía como para seguir viviendo, pero no recibe ningún otro tipo de energía. Se ve forzado a depender de sus propios recursos mentales y espirituales, que con el tiempo llega a agotarlos. Gradualmente el caos se va extendiendo en él, gradualmente las fuerzas de la entropía toman posesión de este ganglio, de aquella sinapsis. Cada vez recibe una menor cantidad de datos sensoriales hasta que su rendición a la entropía es total. Deja de moverse, de crecer, de respirar, se detiene todo tipo de funcionamiento en él. Se conoce a esta condición como la muerte.

No es necesario esconderse en una cueva. Uno puede hacer una migración interior, aislándose de las fuentes de energía vital. Esto se hace a menudo porque las fuentes de energía parecen representar amenazas para la estabilidad de la persona. En efecto, la energía recibida amenaza a la persona: un empujón por lo general, rompe el equilibro. Aunque a menudo se olvida este hecho, el equilibrio mismo es una amenaza para la persona. Hay matrimonios que luchan con todas sus fuerzas para alcanzar el equilibrio; se encierran herméticamente, se aferran el uno al otro dejando afuera al resto del universo, convirtiéndose en un sistema cerrado de dos personas del cual toda vitalidad es expulsada firme e inexorablemente por el equilibrio mortífero que ellos mismos han creado. También dos pueden morir del mismo modo que uno, si están lo suficientemente aislados de todo lo demás. A esto le doy el nombre de falacia monogámica. Mi hermana Judith dijo que dejó a su marido porque se sentía morir, día a día, mientras vivía con él. Desde luego, Judith es una ramera.

Naturalmente, el bloqueo sensorial no es siempre un hecho en el que interviene la voluntad. Nos guste o no, nos ocurre. Si no entramos en la caja por nuestra cuenta, de todos modos nos empujarán adentro. Cuando digo que a la larga la entropía nos golpeará a todos inevitablemente, me refiero a eso. No importa lo vitales, lo vigorosos, lo devoradores del mundo que seamos, con el tiempo la energía disminuye. La vista, el oído, el tacto, el olfato: todo se va, como dijo el viejo y querido Will S., y terminamos sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada. Sin nada. O, como lo expresó el mismo caballero ingenioso, de hora en hora maduramos y maduramos, y luego, de hora en hora nos pudrimos y pudrimos, y aquí se acaba el cuento.

25
Muero por dentro: Robert Silverberg 1
1 1
2 2
3 2
4 3
5 4
6 4
7 4
8 4
9 5
10 6
11 8
12 9
13 10
14 12
15 12
16 13
17 15
18 16
19 17
20 19
21 20
22 24
23 25
24 26
25 27
26 29