Al final del invierno | Страница 57 | Онлайн-библиотека
En cuanto lo hubo perdido de vista, Koshmar se acuclilló, temblando, mientras la recorrían incontables oleadas de dolor. Al cabo de un rato, el espasmo cedió y volvió a sentarse, empapada de sudor, hasta que el corazón se fue calmando.
El niño tiene sus motivos, pensó. Es tan serio, tan responsable en lo que concierne a las elevadas cuestiones del destino y las metas… Y muy probablemente tenga razón al sostener que el Pueblo debería abandonar este lugar para buscar su destino en otro sitio. Seamos monos o seres humanos, pensó Koshmar — aunque no tenía la más mínima duda de a cuál de ambos grupos pertenecía el Pueblo —, no nos beneficiará en absoluto permanecer aquí durante años. Esto es evidente. Con el tiempo tendríamos que marcharnos y construir nuestra propia ciudad.
Pero no ahora. Irnos en este momento significaría ceder el lugar a los bengs. La partida de la tribu no debía parecer el resultado de ningún tipo de presión, pues eso representaría una mancha para el orgullo del Pueblo y para su propio liderazgo durante el resto de sus días. Hresh tendría que darse cuenta de ello. Él, y cualquier otro que estuviera ansioso por irse. ¿Taniane? Bien podría haber instigado estos pensamientos a Hresh, se dijo. Taniane era una niña impaciente, llena de ambiciones abrasadoras. Tal vez estuviera planeando una segunda ruptura. Taniane y Hresh estaban muy unidos últimamente. Acaso, especuló Koshmar, Hresh haya venido hasta aquí con la velada advertencia de que debo comenzar a trazar un cambio de política, antes de que el cambio me sea impuesto por la fuerza.
Nada me será impuesto contra mi voluntad, pensó Koslunar enfurecida. Nada.
Luego cerró los ojos y se acuclilló en el suelo.
Qué cansada estoy, pensó.
Descansó con la mente en blanco, dejando que su espíritu fuera a la deriva en la negrura tranquilizadora del vacío. Al cabo de un rato parpadeó y volvió a sentarse, y vio que se aproximaba otro visitante. Distinguió la característica figura de Torlyri, con sus bandas blancas, que se acercaba a ella sonriendo y agitando la mano.
— Por fin te encuentro — exclamó Torlyri —. Hresh me dijo que estabas por aquí.
¿Tú también?, pensó Koshmar. ¿Vienes a importunarme con ese asunto?
— ¿Hay algún problema? — preguntó.
Torlyri pareció sorprenderse.
— ¿Problema? No en absoluto. El sol brilla radiante. Todo marcha bien. Pero has estado fuera medio día. Te echaba de menos, Koshmar. Deseaba estar contigo, sentirte cerca de mí. Disfrutar el placer de tu presencia, que ha sido la dicha más grande de mi vida.
Koshmar no halló consuelo en las palabras de Torlyri. En ellas había un aire de falsedad, de poca sinceridad. Resultaba duro pensar que la dulce Torlyri se mostraba falsa, ella que siempre había sido el alma de la verdad y el amor. Pero Koshmar sabía que sus palabras se debían a un sentimiento de culpabilidad, y no al amor que alguna vez le había inspirado Koshmar. Eso había terminado. Torlyri ya no era la misma. Lakkamai la había transformado, y el Hombre de Casco había rematado la labor.
— Tenía que reflexionar, Torlyri. Me fui sola para poder hacerlo.
— Estaba preocupada. Pareces muy cansada.
— ¿Ah, sí? Nunca me había encontrado mejor.
— Querida Koshmar…
— ¿Te parezco enferma? ¿He perdido el lustre del pelaje? ¿Mis ojos ya no brillan?
— He dicho que parecías cansada — se defendió Torlyri —. No que estuvieras enferma.
— Ah. Has dicho esto.
— Siéntate aquí conmigo — rogó Torlyri. Se dejó caer sobre una suave losa de mármol rosado que se extendía en el extremo opuesto con el rostro boquiabierto de un ojos-de-zafiro, pura mandíbula y dientes. Indicó a Koshmar que se acercara a ella Colocó la mano con suavidad sobre la muñeca de la cabecilla, y la acarició.
— ¿Querías decirme algo? — preguntó Koshmar, al cabo de un rato.
— Sólo quería estar contigo. ¡Mira qué hermoso día! La Nueva Primavera avanza y el sol cada vez brilla más alto…
— En efecto.
— Kreun está encinta. Espera un hijo de Moarn. Y Bonlai está preñada con un hijo de Orbin. La tribu crece.
— Sí. Es estupendo.
— Praheurt y Shatalgit pronto tendrán un segundo hijo. Han pedido a Hresh que si es niña le ponga el nombre de tu madre, Lissiminimar.
— Ah — contestó Koshmar —. Me encantará volver a oír este nombre.
Se preguntó cómo andarían las relaciones de Torlyri con el Hombre de Casco. Nunca se atrevía a preguntárselo. De algún modo, Koshmar había logrado tolerar la relación de Torlyri con Lakkamai, incluso que formaran pareja. Pero un hombre como Lakkamai, parco y al parecer bastante vacío, no constituía ninguna amenaza para ella. Entre Torlyri y Lakkamai no había más que placer físico. Pero esto, con el Hombre de Casco… Cada vez que estaban juntos Torlyri volvía con un aire tan alegre… pasaba largas horas en el asentamiento de los bengs. No. Esto era distinto. Iba mucho más allá…
La he perdido; pensó Koshmar.
Después de otra pausa, Torlyri comentó:
— Los bengs nos van a ofrecer otra de sus fiestas, dentro de una semana. Hoy se lo oí decir al propio Hamok Trei. Quieren que todos vayamos, y nos ofrecerán sus vinos más añejos, — y sacrificarán las mejores reses. Es para celebrar el día del dios Nakhaba, que creo que es el más importante de todos sus dioses.
— ¿Qué me importa cómo llaman los bengs a sus dioses? — espetó Koshmar —. Sus dioses no existen, son fantasías.
— Koshmar…
— ¡No habrá fiestas con los bengs, Torlyri!
— Pero… Koshmar…
De repente se dio la vuelta para encararse a la mujer de las ofrendas. Una súbita idea acudió a su mente con tal intensidad que la mareó y la dejó sin aliento.
— ¿Qué dirías si te comunicara que dentro de dos o tres semanas nos marchamos de Vengiboneeza, dentro de un mes a lo sumo…?
— ¿Qué?
— Y que por lo tanto necesitaremos todo el tiempo posible para preparar la marcha. No podemos malgastar tiempo en los banquetes de los bengs.
— Irnos de Vengiboneeza.
— Aquí sólo hay problemas, Torlyri. Lo sabes igual que yo. Hresh ha venido a pedirme que nos marchemos. No quise hacerle caso, pero luego he visto la verdad, el camino se me reveló. Me pregunté qué debíamos hacer para salvarnos, y la respuesta fue que debemos irnos de esta ciudad. Es un lugar muerto, Torlyri. Mira: ¿no ves cómo se burlan de nosotros los ojos-de-zafiro? Nos encuentran ridículos. Vinimos para buscar cosas del Gran Mundo que nos fueran de utilidad, y nos hemos quedado… ¿cuántos años, ya? En una ciudad que no nos pertenece, donde cada piedra se ríe de nosotros. Y ahora, se ha convertido en una ciudad llena de extraños arrogantes que llevan trajes ridículos y veneran dioses imaginarios…
La alarma se encendió en los ojos de Torlyri. Koshmar lo advirtió y comprendió entristecida que su ardid había tenido éxito. Que había conseguido arrancarle la verdad a Torlyri, eso que tanto temía pero que necesitaba averiguar desesperadamente.
— ¿Lo dices en serio? — balbuceó Torlyri.
— Estoy organizando el plan, y lo daré a conocer dentro de muy poco tiempo. Nos llevaremos todo lo que pueda sernos de utilidad, y todos los objetos extraños que Hresh y sus Buscadores han encontrado. Y nos marcharemos a las cálidas tierras del sur, como hicimos años atrás. Harruel tenía razón. Esta ciudad está envenenada. Él no consiguió convencerme y se marchó. Harruel es un tonto, va demasiado deprisa. Pero en este caso comprendió la situación con mayor claridad que yo. Nuestro tiempo en Vengiboneeza ha concluido, Torlyri.
La mujer de las ofrendas parecía aturdida.
Koshmar se acercó a ella con renovadas energías. En su interior se había encendido una pasión perdida durante semanas, durante meses.
— Ven, amada Torlyri, querida Torlyri. Estamos solas. Entrelacémonos. Hace mucho tiempo que no lo hacemos, ¿verdad? Y luego volveremos al asentamiento… — propuso impetuosamente.
— Koshmar… — comenzó Torlyri, pero la voz se le quebró.
— ¿Nos entrelazamos?
A Torlyri le comenzaron a temblar los labios y las aletas de la nariz.
Las lágrimas le asomaban a los ojos.
— Sí, me entrelazaré contigo, si así lo deseas… — aceptó Torlyri en voz baja y ahogada.
— ¿No lo deseas tú también? Has dicho que habías estado buscándome para poder disfrutar de mi compañía. ¿Conoces alguna otra forma mejor de compañía que el entrelazamiento?
Torlyri bajó la vista.
— Hoy ya me he entrelazado — confesó —. Es mi deber, ¿comprendes? Alguien necesitado del consuelo de la mujer de las ofrendas vino a verme y no pude negarme, y…
— Y estás muy cansada para volver a hacerlo tan pronto…
— Sí. Eso es.
Koshmar la miró de frente. Torlyri esquivó sus ojos.
No se entrelazará conmigo, pensó Koshmar; porque entonces me abriría su alma y yo vería la profundidad de su amor por el Hombre de Casco. ¿Se trataba de esto? No. No. Hace poco que nos hemos entrelazado y ya he descubierto lo que siente por ese hombre. Y ella sabe que lo he visto. Quiere ocultarme alguna otra cosa. Algo nuevo. Tal vez algo más grave. Y creo saber de qué se trata.
— Muy bien — dijo Koshmar —. Puedo pasar sin entrelazarme esta tarde, creo.
Se puso en pie e indicó a Torlyri que la imitara.
— Koshmar, ¿de verdad vamos a marcharnos de Vengiboneeza dentro de unas semanas?
— Un mes, tal vez. Acaso seis semanas…
— Hace un momento has dicho un mes como mucho…
— Partiremos cuando estemos listos. Si nos lleva un mes, nos iremos dentro de un mes. Si tardamos dos meses, pues será al cabo de dos meses.
— Pero ¿nos marcharemos para siempre?
— Nada podrá alterar mi decisión en ese sentido.
— Ah — dijo Torlyri, apartándose de Koshmar como si la hubiese golpeado —. Entonces, todo ha terminado.
— ¿A qué te refieres?
— Por favor. Déjame sola, Koshmar.
Koshmar asintió. Ahora lo comprendía todo. Torlyri no había querido entrelazarse con ella porque había una sola cosa que no se atrevía a decirle, y era que si el Pueblo se marchaba de Vengiboneeza, ella no la acompañaría.
Quería quedarse junto a el Hombre de Casco. Sabía que Koshmar no permitiría que él se uniese a la tribu, o tal vez él no deseara abandonar a su pueblo.
Entonces, he perdido a Torlyri para siempre, pensó Koshmar.
Y juntas, en silencio, se alejaron del lugar rumbo al asentamiento.
14 — LA ÚLTIMA HORA
Para Hresh fue una época de éxtasis, que representó el logro de muchos sueños, y de deseos que nunca había sospechado conseguir.
Taniane se había convertido en su compañera de entrelazamiento y también de apareamiento. Ahora que entre ellos no se levantaban barreras, comprendía que durante toda la niñez y juventud, ella lo había mirado constantemente con amor y deseo. Mientras, él había permanecido ciego, perdido en los estudios de las crónicas y de la ruinosa Vengiboneeza, y no había sabido comprender en lo más mínimo la naturaleza de los sentimientos de Taniane hacia él, ni siquiera de sus propios sentimientos por ella.
Para Taniane, Haniman había sido sólo una distracción. Un amante transitorio con quien llenar el tiempo y despertar los celos de Hresh. Y, para mal de todos, Hresh tampoco había comprendido la naturaleza de esa relación.
Pero toda esta situación se había solucionado. Noche tras noche, durante todas las horas, Taniane y Hresh yacían juntos, abrazados, con los órganos sensitivos unidos en una fusión de cuerpo y alma tan inmensa que él no podía evitar sentirse maravillado. En cuanto reuniera el valor necesario, iría a pedir permiso a Koshmar para que Taniane fuese su compañera. No había encontrado en las crónicas precedentes ningún caso en que el anciano de la tribu hubiese formado pareja, pero tampoco había dado con una prohibición explícita. Torlyri había tomado a Lakkamai por pareja. Y si la mujer de las ofrendas podía formar pareja, ¿por qué no podía hacerlo un cronista?
Hresh también conocía las ambiciones de Taniane: la joven veía que Koshmar envejecía, que se sentía derrotada, consumida; y ansiaba ocupar el lugar de la cabecilla.
Taniane no hacía nada por ocultarle su plan para el futuro de la tribu.
— ¡Gobernaremos juntos, tú y yo! Yo seré la cabecilla y tú el anciano, y cuando nazcan nuestros hijos, los criaremos para que nos sucedan en el puesto. ¿Cómo podríamos encontrar a alguien mejor que nuestros hijos? ¿Un hijo que herede tu sabiduría y obstinación y mi fuerza y energía? ¡Oh, Hresh, Hresh, todo ha sido tan maravilloso para nosotros!
— Koshmar aún es la cabecilla — le recordó con sensatez —. Todavía no hemos formado pareja siquiera. Y tenemos trabajo que hacer en Vengiboneeza.
Aunque Koshmar había rechazado con furia la sugerencia de que la tribu partiera de la ciudad, y no había vuelto a tratar el tema, Hresh sabía que la partida era inevitable. Tarde o temprano Koshmar comprendería que el Pueblo se estaba estancando en Vengiboneeza y que además los bengs estaban llevando la situación al límite. Y entonces, sin previa advertencia — Hresh conocía bien a Koshmar — daría la orden de hacer el equipaje y partir. Así consideraba esencial seguir sondeando entre las ruinas de la ciudad mientras tuviese tiempo en busca de cualquier objeto que pudiera serle de utilidad. Por miedo a toparse con patrullas bengs, salía a explorar sólo por las noches. Cuando el asentamiento quedaba en silencio y a oscuras, él y Taniane salían a explorar por Vengiboneeza, cogidos de la mano, corriendo de puntillas. Casi no dormían, y los ojos les brillaban de agotamiento. Los mantenía en pie la excitación de la tarea.
Tres veces intentó llegar a la cueva subterránea donde había visto trabajar a las máquinas reparadoras, pero siempre había hallado cerca centinelas bengs, y no pudo acercarse. En silencio maldijo su mala suerte. Imaginó que los bengs debían de estar revolviendo las ruinas y llevándose objetos de importancia, y sintió que el alma se le desgarraba, como hendida por una daga. Pero los lugares por explorar eran interminables. Valiéndose del mapa de los tesoros de círculos entrelazados y puntos rojos como guía, corrían por corredores, bóvedas, galerías cámaras enterradas y túneles, avanzando con paso febril hasta el alba. Sólo entonces caían abrazados para dormir una o dos horas antes de volver al asentamiento.